Una madre, sus gemelos, y un complejo viaje de 8 horas
Alejandra Catalina Ramírez empezaba a sentirse con una panza mucho más grande, esta es una sensación completamente normal para una mujer en su sexto mes de embarazo. Siendo su tercer embarazo y a sus 29 años había comenzado a mostrar de forma natural muchas más dudas e inquietudes de las que tuvo con cada uno de sus dos hijos anteriores. Pero a la velocidad que estaba creciendo, ¿Quién sabría lo grande que sería este bebé después de tres meses más?
Alejandra llegó a la clínica en la comunidad de La Soledad, Chiapas, para su consulta prenatal en marzo de 2017 y fue recibida por tres médicos de Compañeros en Salud. La Dra. Ariwame Jiménez tuvo dos visitantes ese día desde Jaltenango de la Paz — la Dra. Martha Arrieta, su nueva supervisora, y la Dra. Mariana Montaño, coordinadora del programa de salud materna.
"¡Parece que tienes dos bebés allí!", dijo la Dra. Martha, quien notó el tamaño de la panza de Alejandra, mientras ella la acompañaba a la clínica.
Alejandra se acostó en la mesa de exploración y levantó su blusa. La Dra. Martha colocó el transductor de una máquina de ultrasonido sobre el abdomen de la madre. En el consultorio se podía escuchar el pum, pum, pum, de un corazón muy pequeño, la Dra. Martha acomodó el transductor en una posición diferente y comenzó a sonar otro pum, pum, pum.
Lo que había comenzado como una broma de repente se hizo realidad: Alejandra estaba embarazada de gemelos y después ella descubriría en un ultrasonido que eran varones. La madre se dirigió a su casa ya que no podía esperar para compartir las noticias con su marido Norberto Hernández de 28 años, y sus hijos, Alexis de 7 años y Yoiner de 4 años.
Para una mejor atención, los médicos le recomendaron a Alejandra viajar a un hospital más especializado en Huixtla, donde los técnicos podrían realizar un ultrasonido más detallado. Afortunadamente, Alejandra siguió las indicaciones, lo que ayudó a dar un mejor seguimiento a su embarazo.
Rompiendo barreras
Un tercio de las mujeres que viven en Chiapas todavía dan a luz en casa, la mayoría de las veces con la ayuda de una partera tradicional, según el Instituto Nacional de Estadística y geografía de México. Ese número puede ser aún mayor, mencionó la Dra. Mariana Montaño, en comunidades rurales, como son las que apoya CES.
La mayoría de los centros de salud locales no están equipados para atenderlas, y el hospital público más cercano para muchas pacientes de esta región está en Jaltenango de la Paz, esto lleva un viaje de tres horas por caminos de terracería, atravesando las montañas de la sierra madre.
Estas y otras barreras ayudan a explicar por qué la mortalidad materna en el estado de Chiapas se encuentra entre las más altas de México, con 58.3 muertes por cada 100.000 nacimientos en comparación con 36.7 en 100.000 en todo el país según cifras del OMM de 2016.
En un esfuerzo por brindar una atención de calidad para las mujeres, CES colabora con la secretaría de salud del estado de Chiapas para identificar mujeres que cursan con embarazos con factores de riesgo y establecer un plan de parto de acuerdo a cada situación. Por otro lado, también proporciona capacitación técnica al personal de salud para que la atención que reciben las mujeres sea culturalmente adecuada a sus necesidades, La casa materna de Jaltenango se encuentra junto al hospital. Allí, las mujeres embarazadas pueden recibir atención del parto y puerperio inmediato a manos de enfermeros obstetras y médicos que cursan su pasantía, todos apoyados y supervisados por personal de CES y de la secretaría de salud. Al menos 405 mujeres han dado a luz en el lugar, y se han proporcionado cerca de 4,000 consultas, desde que sus puertas se abrieron en mayo de 2017.
Las mujeres que viven en comunidades lejanas tienen la opción de permanecer en el albergue de forma gratuita una vez que se acerca la fecha probable de parto. Un par de ambulancias se encuentran cerca para transportar a las madres a un hospital especializado a una hora y media de distancia en Villaflores, en caso de que necesiten una cesárea de emergencia.
Estas medidas satisfacen las necesidades de la mayoría de las madres. Pero todavía hay casos raros, como el de Alejandra, que prueban al sistema.
Un viaje épico
Varias semanas después de su primera visita a la comunidad de La Soledad, la Dra. Martha volvió a supervisar a la Dra. Ariwame. Alejandra, ahora con siete meses de embarazo, fue una de las pacientes que las dos doctoras vieron ese día. Ella llegó con sus nuevas imágenes de ultrasonido, al ver las imágenes las doctoras comenzaron a preocuparse. Alejandra tenía una cantidad excesiva de líquido amniótico, un factor de riesgo para el parto prematuro. Recomendaron que se sometiera a un procedimiento que eliminaría parte del líquido extra.
El procedimiento implica un factor de riesgo — a veces causa sangrado interno que puede poner en peligro el embarazo. Pero para Alejandra, existía el mismo riesgo si no hacía nada. Las doctoras le informaron que probablemente el trabajo de parto se acercaría dentro de dos semanas si ella y su esposo decidían no realizar el procedimiento para eliminar el líquido extra. Las doctoras aconsejaron que debería dirigirse a Jaltenango lo más pronto posible para estar cerca del hospital.
El esposo no estaba convencido con ninguna de las opciones. Ya había perdido demasiado trabajo mientras viajaba con su esposa para las citas con los médicos fuera de la comunidad, ella estaba pensando en sus otros hijos de vuelta a casa. Al final, la pareja decidió permanecer en la comunidad de La Soledad.
La suerte no estuvo de su lado y la fuente se rompió cuando Alejandra tenía 33 semanas, aproximadamente dos meses antes de la fecha en que esperaba el parto. Aterrados, dejaron a sus hijos al cuidado de la madre del esposo y consiguieron una camioneta para que los llevara a Jaltenango.
Mientras tanto, la Dra. Mariana y un trabajador social en el hospital, intentaban conseguir contactos para encontrar un hospital que pudiera llevar a cabo una cesárea de emergencia y proporcionar cuidados intensivos a los bebés prematuros, los cuales — los médicos asumen — requerirían incubadoras. Tuxtla y San Cristóbal estaban llenos, Comitán dijo que no. Finalmente, la Dra. Mariana recibió luz verde de un hospital en Tapachula, pero el personal de allí pidieron que un médico y una enfermera acompañaran a la pareja en la ambulancia.
La Dra. Martha, que estaba supervisando a otro médico de CES en una comunidad vecina, recibió una llamada de la Dra. Mariana preguntándole si podría acompañar a la paciente. La Dra, Martha dijo "¡Sí!".
En pocas horas la Dra. Martha llegó a Jaltenango y junto con una enfermera del hospital, se subió a la parte trasera de la ambulancia. El esposo ya estaba en el asiento del pasajero. Alejandra yacía en una camilla, perdiendo líquido amniótico y soportando dolores de parto tempranos.
La ansiosa tripulación emprendió un viaje de ocho horas hacia el sur. Ninguno de ellos había viajado nunca al hospital de Tapachula, pero eso no importaba por el momento. Llegarían allí. Tenían que hacerlo.
La ambulancia se balanceó hacia adelante y hacia atrás sobre las carreteras en su mayoría pavimentadas. Se fueron navegando a través de las estrechas autopistas de dos carriles. La Dra. Martha se puso de pie todo el camino, sus piernas se situaron detrás de la camilla de Alejandra para mantenerlo en su lugar. Ella podía oír a su esposo vomitando desde la ventana del pasajero en la unidad.
En la mañana del 29 de abril, llegaron al hospital de Tapachula, y Alejandra con trabajo de parto pasó directo a la sala de emergencias. Las enfermeras le aseguraron a la Dra. Martha que la familia estaba en buenas manos. El viaje había sido una angustiosa descarga de adrenalina. Ahora, con su tarea completada, la Dra. Martha se sentía agotada y lista para volver a casa.
Diez horas más tarde, la Dra. Martha llegó a Jaltenango, llena de una sensación de desesperación. ¿Y si no hubieran tenido éxito? ¿Y si, a pesar de todos sus mejores esfuerzos, lo peor hubiera sucedido?
Pero la Dra. Martha no tenía que preocuparse. La Dra. Mariana estaba en la oficina, esperándola con buenas noticias. Alejandra se estaba recuperando después de su cesárea, y ambos niños estaban vivos, se mantenían con oxígeno y con sondas de alimentación. Gabriel había llegado primero, pesando 1,500 gr y Emanuel fue el segundo en nacer, con poco más de 3,000 gr. Los recién nacidos serían capaces de regresar a casa hasta que pudieran respirar por su cuenta y cuando hubieran ganado una cantidad significativa de peso.
Alejandra fue dada de alta en pocos días, pero ella y su marido no tenían dónde quedarse. No conocían a nadie en Tapachula, y necesitaban estar cerca de sus hijos para alimentarlos regularmente.
Así que, como muchas familias de pacientes hospitalizados, la pareja durmió afuera. Aceptaron comida y café con leche de una orden religiosa de monjas que visitaban diariamente el hospital. Llamaron a casa regularmente para saber de sus hijos mayores e hicieron lo mejor que pudieron para seguir siendo pacientes cuando los días se convirtieron en semanas, y sus pequeños hijos se volvieron más fuertes.
Alejandra sabía exactamente cuánto tiempo había durado esta rutina: "un mes y 10 días." Finalmente, el 4 de junio, los doctores examinaron a los gemelos y los declararon lo suficientemente sanos como para regresar a la comunidad de La Soledad. Con la ayuda de Compañeros en Salud, la familia pagó el transporte público para el largo viaje de vuelta a casa.
Yoiner Hernandez, de 4 años de edad, se desliza alrededor de la esquina de la cocina de madera de la casa de la familia. (Foto de Cecille Joan Avila/Partners in Health)
Juntos, en La Soledad
El sol se metió lentamente detrás de las grandes montañas donde crece el café, en La Soledad, donde los niños con los uniformes escolares y los burros fuertemente cargados han pasado por la casa de los ladrillos de barro rojo de Alejandra. El calor del día fue finalmente implacable en una tarde en noviembre.
Alejandra se sentó fuera de su casa, con su largo cabello negro mojado y atado de nuevo en una cola de caballo. Ella balancea a un hijo de 5 meses en cada rodilla. Gabriel y Emanuel llevaban gorras y pijamas. Alexis y Yoiner estaban en órbita constante alrededor de su madre, que parecía completamente inmutados por las preguntas y conmoción.
Uno de los gemelos comenzó a quejarse cuando la hora de comer se acercaba. Ambos dormían bien, dijo Alejandra, pero Emanuel era "más difícil" que su hermano mayor. Pasaron meses desde esos días frenéticos en abril, cuando ella y su esposo temían perder a sus gemelos.
"Fue un momento tan peligroso", dijo Alejandra. Agradeció a Compañeros En Salud por apoyar a su familia en todo. "No sé lo que habría sucedido."
Texto original de Partners In Health (ver aquí)